... sino para saber a ciencia cierta que usted sabe que puede contar conmigo.
M. Benedetti
El automovil se movía lentamente, en la misma estación, a la salida del metro. Las luces encendidas parpadeando, la divisaron: se dirigía hacia él, reconociéndolo, con una cartera en el hombro derecho, su bolsito en la otra mano, caminando rápidamente, lo más veloz que sus sandalias se lo permitían. Era él, en su auto, esperándola... el corazón palpitando, los sentidos todos alertas recorriéndole, observaba su desplazamiento, su vestidito ajustado y sus largas piernas le hacían pensar en todos los instantes pasados y en los que vivirían, en cómo le haría el amor y cómo ella le besaría y se tragaría todas sus palabras; en como le arrancaría los sueños rotos y se sumergirían en una pasión aturdidora; en cómo le embriagaría con su aroma que aún recordaba, en como tomaría de sus cabellos largos, ondulados y tan negros como una noche campesina, como la contemplaría descalza de todas sus ropas, sobre su cuerpo, en su cama blanca. Dos segundos y le habriría la puerta, recibiría con una mano su bolso, ella se sentaría a su lado y en un agitado beso todo podría ser... todo sería.